jueves, 10 de diciembre de 2009

LOS JUEGOS DE LAS HADAS



Si a las hadas les gusta divertirse, no podemos negar que no hay mayor diversión que los juegos, sobre todo si con quienes juegan es con los humanos. Les encantar gastar bromas, jugar al escondite, a los juegos de pelota, al ajedrez, les alegra contar cuentos, etc.

Entre sus bromas preferidas está la de perder a los humanos desorientándolos por el bosque, mientras se burlan desde su escondite viendo como los hombres dan vueltas una y otra vez por el mismo sitio. Otras veces juegan a asustarlos, le rozan apenas el brazo, o la pierna, o les tiran pellizquitos, y se ríen viendo los saltos y los sobresaltos que se llevan los mortales, o hacen ruidos por la noche para que los niños se asusten. Otras veces juegan con los hombres a las apariciones, se hacen visibles por un instante y luego desaparecen, desconcertándolos. Otras veces los hacen volverse locos cambiando las cosas de sitio, escondiéndolas, lo que explica que muchas veces no encontremos las llaves. Y así pasan felices el tiempo. En el bosque disfrutan más, porque el hombre se mueve peor en ese medio y se asusta con más facilidad. En el bosque podemos escuchar sus risas continuamente, confundidas con el rumor de hojas.


A las hadas aristocráticas les encanta el ajedrez, sobre todo si juegan contra un humano. Dicen que las más habilidosas en este juego son las Daoine Sidhe de Irlanda y las Sidh de Escocia. Pero no son limpias en el juego, porque es tal su superioridad frente a los humanos que les gusta retarlos a tres partidas, haciendo como que se dejan vencer en las dos primeras partidas, para que se confíen. Luego los convencen para hacer apuestas cada vez más ambiciosas, y en la tercera, cuando ya los tienen a su merced, se muestran implacables, ganando el premio que ellas eligen.


Cuenta una historia que el rey de una corte élfica estaba enamorado de Elena, una joven mortal terriblemente bella, pero había un inconveniente a este amor, la joven estaba casada. Durante un tiempo el rey la sedujo sin contemplaciones, hasta lograr convencerla. La muchacha esperaba el momento de poder escapar con su amante, olvidando los deberes contraídos con su marido. Una noche el rey élfico se presentó a las puertas de su casa:

-¿Qué quieres? - preguntó el marido al joven apuesto que golpeaba su puerta.

- He pensado que querrías jugar al ajedrez conmigo, me han dicho que no hay jugador mejor que tú en estas tierras.

Las falsas adulaciones convencieron al incauto marido, que permitió que aquel hombre entrara en su casa. Jugaron una primera partida y el rey se dejaba ganar. Viendo que la partida le era favorable a su adversario le propuso una apuesta, quien ganara le regalaba al otro cincuenta de sus mejores caballos, y así lo hicieron. Como era de esperar ganó el mortal, que se alegró de recibir cincuenta corceles de raza.

A la noche siguiente de nuevo dos golpes sonaron en la puerta, más rápido corría el infeliz soñando con otra victoria. Comenzó la partida. Primero iban igualados, pero cayó una torre que abría grandes expectativas al mortal.

- ¿Hagamos una apuesta? - dijo el rey, y el mortal no podía aguantar la risa creyendo en la ingenuidad de su rival.

- De acuerdo. Esta vez la apuesta la hago yo. Quien venza entregará a su adversario cincuenta de sus navíos.

- Me parece buena apuesta- dijo el rey élfico.

Esta vez trató de aguantar un poco más la partida, pero finalmente dejó caer el rey de sus piezas. Había ganado de nuevo el mortal.
Por tercera noche unos nudillos golpeaban la puerta.

- Esta noche vengo por mi revancha. Me he estado entrenando - dijo el rey élfico- quien venza esta noche elige su premio.

El hombre no podía caber en sí de gusto. Empieza la partida. Primero parecía que era clara la ventaja del marido, pero una celada inteligente le hizo perder toda ventaja. Caen nuevas piezas, un caballo, un álfil, otro peón. La partida continúa. Pero de pronto, ¡zas! no se lo creía el hombre, su reina caía en una trampa mortal que dejaba solo a su rey. El hombre sentía rabia de haberse dejado confundir de esa manera.

- Bien, has ganado, ¿cuál es tu premio?

- Quiero a la mujer que tienes por esposa.

Se acercó a ella, la rodeó con sus brazos y desapareció con ella.


El otro gran divertimento de las hadas son los cuentos, sobre todo los cuentos que hablan de ellas. En Peter Pan, la película de Disney, Campanilla y Peter Pan acudían cada noche a escuchar los cuentos de Wendy.

Algo que caracteriza a los cuentos de hadas son los obstáculos que tiene que superar el protagonista. En algunos relatos, este obstáculo suele ser tener que contar un cuento para que la hada o el elfo le ayude a encontrar lo que busca o le dé la respuesta para poder continuar su camino. En ocasiones un hombre vaga perdido de noche por el bosque hasta que llega a un palacio. Las puertas son inmensas, de hierro forjado negro. Un hombrecito pequeño se asoma a la puerta y le pregunta qué desea.

- Quiero un poco de comida y una cama de dormir, vengo muy cansado.

El hombrecito le mira a través de la puerta.

- ¿Sabes contar un cuento?

Y dependiendo de la respuesta continúa el relato. Si el humano asiente le abren la puerta con toda amabilidad, lo esperan todos sentados alrededor de la chimenea, esperando un cuento, y le dan la mejor comida y habitación de la casa. Si el hombre no sabe contarlo su suerte es terrible, lo expulsan del castillo y lo obligan a vagar por el bosque.

Tengo que decir que este segundo final no lo he leído en ningún cuento, porque sólo es una amenaza. Le dicen:

-Si sabes contar un cuento pasa y te lo pagamos con comida abundante, si no vuelve por donde has venido, que aquí no eres bien recibido.

Y el humano siempre acaba contando el cuento, ¿o es que ustedes no lo contarían?

FUENTE: elmundodelashadas