martes, 10 de noviembre de 2009

BARRUGUET



Hoy los llamaríamos, de hacer caso a la parapsicología moderna,
"infestaciones" o "poltergeist" (espíritu turbulento, en alemán).

Estos duendes, pequeños diablillos enanos, nerviosos y a veces hasta
enloquecidos, disfrutaban haciendo rabiar y martirizando a las mujeres
de la casa. En principio, son invisibles, pero según versiones de
distintos autores, cuando se dejan ver tienen los brazos larguiruchos y
fuertes, barba de chivo hasta el pecho, enormes dientes y una voz ronca
y desagradable. Tienen también la cara alargada, el cabello corto y
afilado y pueden aparecerse, entre otras, en forma de cabra.

Es curioso que esta descripción coincida como ya cité antes con la del dios
púnico Bes, según las estatuillas y terracotas halladas en la isla. Ese
semidiós enano y lascivo de los cartagineses puede, perfectamente,
haberse hibridado con la presencia romana y algunas de sus historias
haber pasado a formar parte de la tradición oral.

Sea como fuere, a pesar de todas sus travesuras, en algunas ocasiones
podían ser benévolos y hasta colaborar con los humanos. Por ello, había
quienes intentaban "cazar" uno de ellos para "domesticarlo". No era
tarea fácil. Unicamente podía conseguirse entre la noche del Jueves y
Viernes Santo en el Pont de sa Taulera (carretera de Sant Joan).

Bajo los arcos del puente solían aparecerse, o existían ya, unos
montoncitos de arena muy fina, en forma de círculos concéntricos.
Clavando el índice en el centro exacto de uno de ellos, se tomaba un
puñado de arena que al instante se filtraba. Dentro de la mano, quedaba
una mosca sin alas que hacía unas cosquillas casi insoportables. Si el
osado cazador tenía temple y aguante suficientes y superaba esas
cosquillas, finalmente la mosca se convertía en un barruguet.

La principal misión de estos diminutos personajes es la de molestar y
fastidiar al prójimo. Especialmente durante la noche, cuando se dedican
a hacer desaparecer los objetos, cambiándolos de lugar, molestando a las
criadas y haciendo, en general, la vida imposible a los habitantes de la
casa, hasta el punto de obligarles a abandonarla. Aunque si lo hacen, no
es fácil que puedan librarse de él, pues les seguirá adonde vayan.
También se cree que tienen predilección por las mujeres, a la hora de
hacerlas objeto de sus diabluras, y llegan a provocar verrugas
(berrugues) en las manos de las hilanderas.

En el lenguaje familiar ibicenco, ha quedado la expresión "ets un
barruguet", referida a un niño travieso o que acostumbra a hacer de las
suyas, o ser muy inquieto y estar dotado de gran actividad.
La única forma de tranquilizar a estos duendes y de tenerlos bajo un
cierto dominio, es darles de comer pan con queso.

En Ibiza ciudad habitaban en las cuevas del Puig des Molins y también
en las murallas del Portal Nou. En el campo, dentro de pozos y
cisternas, bajo las tejas del techo de la casa, en agujeros de la pared,
detrás de la estufa...siempre en lugares recónditos, oscuros o de
difícil acceso.

En la tradición popular, las rondaies de Joan Castelló Guasch, los
escritos de Macabich y de Antoni Maria Alcover, las recopilaciones de
leyendas de Michel Ferrer Clapés, etcétera, encontramos numerosas y
divertidas historias de las jugarretas que los barruguets hacen a los
sufridos y, hasta un límite, pacientes ibicencos.

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