martes, 19 de mayo de 2009

DUENDES chullachaqui



Los conocía por cuentos de hadas, por caricaturas de libros de mitología, por raptos de la imaginación: de niño, solitario y fantasioso, tengo el recuerdo vagabundo de uno -siempre al costado de un árbol- con cuello de boxeador, orejas de luchador, cabeza reducida y orquídeas en las rodillas... que me instruía en el idioma de los perros; hasta que se esfumó cuando debí partir a las jaulas del colegio. Veinte años después, regresando de un viaje a Choquequirao, tras once horas de caminata, volví a ver uno como un fastuoso gorgojo: un duende de ojos aviesos, primitivo como un dragón de Komodo, pero huidizo y plomizo como un conejo de la suerte.

Aquel fue uno de los destinos -esta palabra es precísima- que más he amado. Llegar a Choquequirao, el santuario de los incas de la resistencia, entre el Cusco y Abancay, fue demoledor. Aunque una vez allí, la recóndita pócima que experimenté es inenarrable: es tan grande y embelesador como Machu Picchu, con la ventaja de que todavía no ha sido explorado del todo, llegan pocas personas y la magia esta a flor de luna.

Pero como las jaulas siempre llaman de vuelta -esta vez las del trabajo- no me pude quedar a vivir. El camino de regreso se me hizo sencillo, abstraído, extasiado y solo con mi fiel mochila. Por eso, no me alegré mucho cuando el último arriero que vi me dijo que solo faltaba media hora para llegar a Cachora, el primer pueblo luego de tres días entre las fuerzas de la naturaleza. Pasaron algunos minutos y en un recodo con una piedra en medio, miré de repente al duende por un cuarto de minuto. No me sobresalté, retrocedí a cuando tenía 5 años y solo reí y reí...

Los duendes juegan, construyen y destruyen las cosas, caminos y sosiegos en todas las tradiciones del mundo, sin excepción: aunque su imagen más popular provenga de la antigüedad celta y escandinava. Pero por mitología comparada se sabe que han existido y coexistido en las cosmovisiones egipcias, hindúes, chinas, africanas; con distintos nombres, pero en esencia con el mismo 'espíritu de cuerpo'.

Son parte de los llamados seres elementales de la naturaleza como las hadas y los elfos; pero asociados a la tierra, a los ambientes naturales apartados, las cuevas, las minas y casas por las que sienten apego. Uno puede verlos en estados ampliados de conciencia (ellos pueden traspasar dimensiones y manejar la magia feérica), con la sensibilidad que brinda la meditación, la pureza de un niño o ciertas facultades que están latentes en todos nosotros, pero que obturamos por la racionalidad que nos imponen desde pequeños.

Pueden ser peligrosos (es la justa razón por la que no son accesibles) y se cuenta de brujos que tienen tratos con los más maléficos y caóticos. Hay que recordar, sin embargo, que en el orden de la creación los hombres estamos por encima y pactar con sus poderes sería como alquilar el alma a un diablillo. (Una vez vi a un seudochamán de sampedro poseído por uno y huyendo; con este asunto no se puede jugar y menos con plantas psicoactivas). Es mejor ser un "buen vecino" con ellos.

En el Perú los duendes más famosos son el selvático chullachaqui, que tiene los pies al revés y que extravía en lo orondo de la selva a los desafortunados, y el minero muqui, que en los socavones de la sierra central tiene un pene como cobra y sus heces son oro en duro; y que recuerda a los koboldes, los enanos mineros germánicos y a los knockers, los diminutos mineros de Gran Bretaña con sus picos áureos.

El duende que vi hace dos años en Choquequirao estaba descalzo, tenía un color venoso, el ombligo salido como una fosa nasal, los cabellos como garras y las manos de ardilla. Y yo solo reía recordando mi niñez cuando desapareció y seguí caminando, pensando en que nadie me iba a creer. Reí una hora entera, media hora más... cuando ya caminaba dos horas y media mi boca estaba entumecida. Media hora más tarde encontré a un hombre en mula y le grité: "Señor, me dijeron que solo faltaba media hora para Cachora y ya llevo caminando tres...". Hizo un rictus indiferente: "Cachora está a tu espalda, te estás regresando a Choquequirao".
Con el tiempo he tenido efímeros contactos con duendes buenos y con otros intermedios.

Ahora último llegué hasta la inhóspita Laguna de los Cóndores, en Chachapoyas, y a mitad de la congelante madrugada escuché una voz de cálida mujer que decía mi nombre con valiente amor. Pero antes de que me hipnotizara, el guía ya había salido a advertirme: "Es una ave que imita la voz de un ser querido o de quien tú más desees y te hace perderte en el bosque de niebla". Los colonos llamaban a esa ave: el duende.

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